Sobre Niaxaya


¡Hola, soy Diana, maga de la luz!

Mark J. Leiver me ha pedido que os aclare algunas cosas sobre Niaxaya, pues le preguntan continuamente por ella. Podría hacerlo él mismo, porque hoy en día es quien mejor la conoce, pero me ha pasado el marrón a mí porque dice que no sabe ni por dónde empezar… ¡Que las ninfas me cuiden, porque yo tampoco!

Pero bueno, haré lo que pueda.



Para ayudarme un poco (sólo un poquito, lo prometo…), le pedí a Tetsis, el elfo que imparte clases de historia en Dhotlaren, que me mandase algunas cosillas sobre ella y también sobre sus antepasadas. Después de leer lo que me envió, y pasado el mareo de su forma de expresarse, he hecho lo siguiente: a partir de sus textos he ido añadiendo notas, incluidas entre ( ), y algunas cosas de la actualidad de Niaxaya que he creído convenientes. Espero que os guste. ¡Y procurad no morir de aburrimiento en el intento de leerlo!

He aquí la introducción que me mando Tetsis:

“Diana, tal y como me has pedido, te envío los apuntes extraídos del valag La Batalla Del Dolor Eterno, Volumen 4, que yo mismo comencé hace unos años. He añadido algunos detalles y he obviado otros tantos. Espero que te sea de utilidad.”

(Cuando el elfo dice “hace unos años”, puede que esté hablando de siglos…)

[…] y así fue cómo, ante las ruinas de Ferat Sannhae, la llamada por los humanos Ciudad Gris, y sobre una pira de muerte y desesperanza, quedó sellada la alianza entre humanos y elfos. A pesar de los años transcurridos, recuerdo perfectamente quiénes firmaron el pacto, pues había allí representantes de todas las casas de los hombres, mayores y menores, reinas y soldados, cantores y artesanas; y también abundaban los de mi raza, afligidos por la muerte de nuestro rey […] de entre todas las criaturas presentes, ha quedado en mi memoria grabado el rostro de una mujer llamada Daiya Aîssen […]. Tres siglos después de la batalla, de las heridas no quedan sino las cicatrices, y del llanto la amargura; sin embargo, vivido es el recuerdo que poseo de Daiya, pues pertenecía a esa clase de mujeres que difícilmente pueden ser olvidadas.

(Ocurre lo mismo con la actual “Niaxaya”, que te deja alucinada al instante. Cuando digo “actual”, no me refiero a que tenga un montón de siglos, porque Niaxaya es una mujer mortal y su vida no será sino un poquito más larga de lo normal; lo que quiero decir es que se trata de una descendiente de Diaya Aîssen, y que tiene muchos de sus atributos. Algunas de vosotras tal vez hayáis tenido la suerte de verla en persona y sabréis de lo que hablo.)



Daiya era una de las últimas representantes de una orden muy antigua, que otrora ostentó gran poder y renombre entre los humanos del sur, cuyo nombre era el de Las Hijas de Sisalham. Ya en los tiempos de la Batalla del Dolor Eterno la orden de estas mujeres se hallaba en el ocaso; sin embargo, grande era todavía el poder de sus representantes, y por ello, grande era la gracia de Daiya. Su rostro era pálido y de gesto grave, pero a la vez hermoso; y sus cabellos largos y ondulados, como un cuenco de miel derramado sobre mármol. Había en su mirada un hondo pesar, mas su sonrisa podía iluminar todo lo que la rodeaba, como cuando las nubes se abren y dejan pasar un rayo de sol tras la tormenta.

(Como podéis leer, Tetsis no es precisamente una criatura divertida. Eso sí, reconozco que su manera de escribir, aunque algo pastelosa, mola un montón. Leerlo me trae recuerdos de cuando estuve en sus clases; clases aburridas, eternas y soporíferas como un batido de tila. Bárbara, mi buena amiga, y mejor hechicera, dice que cuando no puede dormir le basta con pensar en las clases de historia de Tetsis para caer rendida.)

Daiya, como todas las de su orden, era diestra en la magia de la Luz y podía conjurar poderosos hechizos, pero llegado el momento, si así se requería, su maestría en la batalla podía medirse con la de cualquier guerrera elfa. Y por ello estaba allí, sobre los escombros de la guerra, con el bastón humeando y la espada mellada, agotada tras la derrota. No obstante, no fue su bastón ni su espada lo que más me llamaron la atención, a pesar de que el bastón lucía una piedra blanca manchada de verde que despedía un fulgor divino, y era de madera noble y tenía tres vértices con diamantes dignos de los orfebres más hábiles, pero fue cómo se abultaba su túnica a la altura del vientre lo que en verdad me asombró. Y es que Daiya Aîssen estaba encinta. Y de ella nació Alaiya […]
(APUNTA IMPORTANTE: Alaiya es la abuela de Niaxaya. ¡No os perdáis, que vienen curvas!)
[…]que guardó el apellido Aîssen, pues era costumbre entre las Hijas de Sisalham que el apellido materno se heredase, y el paterno se obviase, ya que no hubo nunca un varón capaz de igualar en gracia y poder a estas mujeres; y Alaiya tuvo tres hijos antes de morir muy joven en la Batalla de los Dos Ríos: dos varones y una hembra, llamada esta última Sianyia. Alaiya no solo perdió la vida, sino también Darssan, el bastón que viera yo en la Ciudad Gris en manos de Daiya, su madre; y también fue desposeída de la túnica de plata y de la capa hechizada que había sido suya por derecho, pues eran ambas prendas herencia remota de su orden, y grandes mujeres se habían vestido con ellas, y todas habían alcanzado grandes honores y resultaban hermosas y poderosas así vestidas, pues de plata élfica era el vestido y llevaba bordadas hojas de Kiental, y estaba la capa tejida con hilo verde de esseral, un material más suave que la seda y más ligero que el viento, pero duro como el acero contra la espada, la flecha o la magia negra.

(Vale, Tetsis es algo exagerado. Pero tiene razón en el poder que desprenden tanto su bastón como la túnica. Niaxaya la lleva a día de hoy, y es una pasada. ¡Una pasada al cuadrado! Tendríais que ver cómo brilla su capa y como luce su bastón. Yo, como maga, os juro que el primer día que la vi me quedé de piedra. A mucha gente, en las presentaciones que hace con Mark, es lo que más le llama la atención. Nunca he tenido la suerte de verla en acción. Me encantaría poder hacer una misión junto a ella… No sé, enfrentarnos a una nigromante o algo así, mano a mano, juntando nuestras magias. ¡Ay, soñar es gratis!)

Fue Sianya, hija de Alaiya, la que vio caer la orden en la desgracia, pues el poder del Archimago oscureció el sur de Úmbator, y cayeron todos los templos, y se olvidaron sus ritos, porque las gentes del norte tenían otras costumbres y, en cierto modo, recelaban de las Hijas de Sisalham. De este modo, Sianya no vistió la túnica plateada de sus antecesoras, y olvidó el arte de la guerra, y de los antiguos hechizos y conjuros de luz apenas tuvo conocimiento, pues su madre había muerto joven bajo el acero de la Sombra y nada pudo enseñarle a su hija. Ocurrió que Daxeyaxie, ninfa de la parte más occidental de Kiental, la tomó bajo su tutela, en tanto las ninfas habían tenido tratos con las Hijas de Sisalham en el pasado, y conociendo la desgracia que había caído sobre ella, se apiadó de Sianya y la llevó consigo a Kiental, a la Garganta de Oro, cerca de Espalda de Dragón, y allí la crío y la quiso como a una hermana. Pero aunque Sianya, como todas las de su raza poseía una vida mucho más longeva que una mujer normal, y en verdad era así porque otrora algunas se unieron con elfos, no dejaba de ser una humana y en su corazón ardía la llama imperecedera de los hombres, y cuando se hizo adulta abandonó Kiental y viajó hasta las tierras de los humanos del Reino de Kiiba.

(¡El amor, elixir y veneno! Nos da la vida y también nos la quieta. No quiero ponerme excesivamente ñoña –seguro que aquí Bárbara añadiría alguna de sus burlas ¡un saludo, Bárbara! :-D-, pero cuando leo este tipo de cosas me emociono. ¿No os parece una pasada que el amor pueda cambiar los acontecimientos de ese modo?)


Allí (en las tierras de Kiiba) vivió un puñado de años y aprendió algunas de sus costumbres, pero echaba de menos a las ninfas, y por ello también la naturaleza y los bosques y los ríos y marchó hacia el este, y en Feiler Dan, o Sierra Occidental, encontró un valle apenas hollado por los hombres y allí se construyó una casa de madera y paja, y vivió en la naturaleza y apenas tuvo tratos con nadie más. Y sin embargo, en su interior no dejó de arder las ascuas de su instinto y apena hubo cumplido cincuenta años de edad, lo que en las de su raza no era sino la primera juventud de una mujer, dejó otra vez su casa y recorrió los senderos que llevan hasta Sionsen. Y he aquí que en la capital de los elfos mi raza reconoció en ella la grandeza de sus antepasadas, y supo ver también la sangre élfica que portaba, y Aelaina la tomó bajo su protección y la instruyó y le enseñó a controlar su poder. Pues era, y es, Aelaina, una poderosa maga de la Luz y pudo enseñarle mucho y supo darle gran poder y convertirla en maga de renombre. Pasaron los años, años de luz y regocijo para Sianya, pues a aunque el trono de Sionsen seguía vacío y la ciudad no era lo que hubiera sido en otros tiempos, y la música de las liras no era tan alegre como antes, y los mejores de mi raza descansaban ya en el Valle de Crista […]

(En La Dama Sombría, Orión cuenta más cosas sobre el Valle de Cristal. Ese es otro de los muchos, muchísimo, muchisísimos lugares más que desearía visitar, pero que seguramente nunca vea.)

[…] Sianya se empapó de la magia del bien y de la luz y fue considerada en Sionsen como una de las grandes. Y cuando fue ordenada maga, y para gran amargura de Aelaina, Sianya sintió la llamada de su herencia y dispuso partir al sur, cruzar Kiental y recuperar la túnica y el bastón de las Hijas de Sisalham, para honrar la memoria de su madre y el poder de sus precedentes. Al abandonar Sionsen dejó un gran vacío en el corazón de Aelaina, y una profunda desazón en todos quienes la conocían, pues sus dones con la magia, si bien grandes, no eran mayores que su alegría y su buen hacer con la palabra y el canto, ya que aunque humana, había sido educada por las ninfas y éstas le habían dado el don de prender la alegría y el regocijo en quienes la oían cantar y reír y la veían danzar.

(Niaxaya también ha heredado el don del canto y de la danza, doy fe de ello. Y cuando ríe no hay nada más hermoso. No me extraña que Mark J. Leiver se haya enamorado de ella.)



Pero quien más sufrió con su partida fue Yaâis, un hombre de las montañas llegado a Sionsen años antes por orden del rey Hayik, padre del por aquel entonces príncipe Huyik, que sería posteriormente el rey de Dhotlaren. Yaâis se enamoró de Sianya y Sianya se enamoró de él. Yaâis era un guerrero norteño, hombre duro, grande y severo, pero también hermoso y de corazón bondadoso, como todos los hombres de Dhotlaren. Y amó a Sianya desde el primer momento que la vio, y aunque no fueron desposados, pues no era costumbre entre las Hijas de Sisalham contraer matrimonio, Sianya quedó encinta y antes de marcharse dio a luz una niña cuya belleza nada tenía que envidiar a las antiguas representantes de su raza. Fue llamada Niaxaya, pues Sianya sentía gran amor por las ninfas, y decidió darle a su pequeña un nombre que conjugara la herencia de su linaje y el idioma de las ninfas. Niaxaya, que como bien sabrás, Diana, pues sabes algo de su lengua, significa Viento de Montaña.

(Algo sé… ¡Pero no mucho! Me encanta el nombre Viento de Montaña. En general me encantan los nombres que ponen las ninfas, porque son así como algo rebuscados, pero muy chulos. Y además siempre tienen algo que ver con la personalidad; es decir, no son nombres al azar. En general, me encantan las ninfas.)

Sianya dejó a Niaxaya recién nacida en brazos de Yaâis, y tomó el rumbo del sur, y tuvo el beneplácito de Yixa para cruzar Kiental, y recorrió las ruinas de la Ciudad Gris y viajó hasta el lugar donde tuvo lugar la Batalla de los Dos Ríos, y allí se enfrentó a muchos peligros. Pero el mayor de todos ellos fue Nïhal, la gran tarántula, el Terror Negro, la madre de todas las arañas, la más devastadora de las bestias de la parte sombría de Kiental, que malhirió a Sianya inyectándole un veneno para el que no hay cura. Pero a pesar del aguijonazo, Sianya pudo escapar de Nïhal y recuperar la túnica de plata y el bastón Darssan, siendo así en parte restañado el mal que había sufrido su ascendencia. Deambuló consumida por el veneno hasta la frontera misma de la tierra de las ninfas, y estas le dieron cobijo y un lecho e hicieron lo que pudieron por ella, pero ni siquiera ellas pudieron curarla. Daxeyaxie, enterada del mal que consumía a la que había sido su hija adoptiva, partió para verla una última vez; sin embargo, tarde fue su llegada y la encontró sin vida. Nunca, se cuenta, una ninfa ha llorado con tanta amargura como ella. Y se cuenta, también, que Daeyaxie compuso una canción tan triste que nunca ha sido de nuevo entonada. Y se dice que esta ninfa vagó largos años por los bosques y que cayó en las redes del Archimago y que fue llevada a la Atalaya Sombría y allí, mediante las artes tenebrosas del Rey de la Muerte, fue transformada en una ninfa oscura.

(Se me ponen los pelos de punta al leer “ninfa oscura”. Nunca he tenido la “suerte” de ver a una y espero no tenerla nunca. De entre todas las criaturas del mal, a excepción de La Dama Sombría y del Archimago, las ninfas oscuras son las más temibles. El Archimago hace siglos que no las utiliza en sus ejércitos, pues hasta entre sus tropas causan pavor…)

[…] las ninfas llevaron la túnica y el bastón hasta Dhotlaren, donde residía entonces Niaxaya, huérfana también de padre, pues este había sido muerto por una partida enemiga cerca de Sasens, o Pico del Brujo. No obstante, y a pesar de todos los males, Niaxaya era una muchacha luminosa y risueña, con un gran potencial para la magia. Y recibió con júbilo la túnica de sus antepasadas, y empuñó Darssan con majestuosidad, y aun siendo poco más que una niña, juró que defendería la Luz y que nunca olvidaría a las Hijas de Sisalham, y que haría todo lo posible por detener a las huestes de la Sombra. Y aunque no lo dijo a nadie, todos las que la conocían supieron que en su interior guardaría para siempre un fuego de venganza contra Nïhal.

(Cierto cien por cien. Si bien Niaxaya es una tía –si se me permite esa expresión para hablar de ella- súper alegre, en el fondo de su mirada hay como una luz que te desconcierta. No quiero ponerme a hablar como Tetsis, pero Niaxaya es una mujer cuyo poder interior, a pesar de la sonrisa que casi siempre cubre su rostro, da mucho respeto. No me gustaría ser su enemiga.)

Yo tuve la suerte de verla una vez, antes de que Niaxaya partiese hacia el Bosque del Silencio, a los pies de los Montes de Iroenzal. Fue en Dhotlaren, cuando entré como profesor de historia en el castillo por petición de  Kordther. Nada más verla fue como regresar tres siglos atrás, pues era el vivo reflejo de Daiya, y así se lo hice saber, y ella sintió gran alegría. Cuando sonrió me pareció estar contemplando la misma sonrisa que había visto aquel nefasto día en las ruinas de la Ciudad Gris, y no tuve duda de la pureza de su linaje. Partió poco después. Su corazón anhelaba los bosques, como si la parte ninfa de su madre la hubiera heredado ella misma; y sin embargo no partió hacia el sur, sino hacia las tierras septentrionales, como si hiciese honor a su nombre y fuese el viento del norte cabalgando a su destino. Y así la vi partir una mañana gris con el ímpetu de un vendaval, a lomos de un hermoso caballo blanco, con la capa verde de su estirpe ondeando tras ella; y antes de perderla de vista el sol salió entre las nubes unos instantes, y la capa brilló con reflejos dorados, y la punta de su bastón centelleó como una cimera de plata, y su pelo ondulado y largo, del color de un valle granado de trigos al atardecer, despuntó sobre los prados y me pareció ver que la tierra reverdecía a su paso.

(Repito, Tetsis es muy melodramático. ¿De verdad la tierra reverdecía? Puede que sea una pequeña exageración del elfo. ¡O tal vez no, quién sabe!)

Y luego ya no la he vuelto a ver. Aunque he sabido algo de ella, pues a veces las gentes del Bosque de Silencio vienen a Dhotlaren y nos traen noticias. En estos momentos, Niaxaya tiene veintinueve años, y dicen que es una gran maga, y que en sus ojos se refleja el poder que antiguamente tuvieran las Hijas de Sisalham, que profesa un profundo odio por La Dama Sombría y que combate con maestría a los esbirros del Mal que habitan en las partes sombrías de las montañas. Y dicen también que ha encontrado el amor en un hechicero de la Tierra y que a veces viaja a ese mundo para luchar contra la Sombra, pues las Hijas de Sisalham tienen el don de bendecir y proteger a los corazones bondadosos, así como enervar los espíritus para la batalla contra la Dama Sombría, aunque estén lejos de Úmbator, tal es el poder de su gracia. Esta segunda noticia me alegra, pero la primera me llena de congoja, pues aunque me deleito con que esté enamorada, temo que un amor como el suyo, entre dos criaturas de mundos distintos, pueda acabar en tragedia.

(Lo que os decía, el amor es tanto un elixir como un veneno. Pero sé de buena tinta que Niaxaya también está muy enamorada de Mark, y os aseguro que se les ve muy felices juntos. Aunque el amor a veces puede ser fatal, es lo que le da sentido a la vida.)

¡Ay, espero que no sufra la condena de su raza, empeñada en sumir a las suyas en la desdicha! Sería una verdadera desgracia. Más, teniendo en cuenta que Niaxaya es la última de las suyas, y que en ella reside la esperanza de una estirpe de magas de la luz consagradas al bien, hacedoras de portentos, guías en la noche, adalides de la luz y de la esperanza. Niaxaya Aîssen, su destino es elevado, y en ella reside la esperanza de que, tal vez, la orden de las Hijas de Sisalham vuelva a ser lo que un día fue.

Aquí termina lo que me mandó Tetsis. He recortado mucho (sobre todo descripciones de lugares e hipérboles que, de no ser administradas con calma, pueden llegar a resultar mortales) para que todo quedase lo más claro posible. En resumidas cuentas: Niaxaya es una maga muy poderosa, muy guapa y simpática que vive en nuestra Tierra. Dónde, nadie lo sabe; lo único seguro es que comparte torre con Mark J. Leiver en un valle montañoso, y que de vez en cuando viajan a ciudades y pueblos para dar a conocer La Dama Sombría y el peligro que nos acecha. Ella es, por así decirlo, su protectora. Mark es hechicero, pero no es que digamos el mejor, ni tampoco el más poderoso en su arte.

Bueno, espero que con esto baste para dilucidar las dudas que tenéis sobre Niaxaya.


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